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Foto del escritorCelina Fabregues

LA CUENTA


Ensayo una cuenta. Una cifra al azar. Que se pueda sumar. Que se pueda restar. Que multiplicar me haga sonreír. Que dividir no me haga llorar.


Escribo en un papel. Uno cualquiera. Uno chiquito. No es tan larga la cuenta. Uy. Se quebró la mina. Y me gusta el lápiz. No importa. Mientras le saco punta, pienso por dónde empezar a hacer los cálculos.

El viernes me regalaron un jazmín. Y lo dejé sobre el escritorio. Amo los jazmines. Y las fresias. Ellas y yo nos parecemos en algo. Hay algo de porfía. Como una resistencia. Cortada al sesgo resistió todo el fin de semana, sin agua, sin luz, sin aire. Pero aún está acá. Perfumándolo todo.

La mina del lápiz está lista para empezar a escribir. Un número. O una palabra que me permita contar. De arriba hacia abajo, o de abajo hacia arriba. ¿Y ahora, cómo sigo? Ausencias. Hay que restar. Qué poquito que queda… Sigamos.


Amigos. Multiplico por diez. Silencios duros y risas colmadas de libertad. Incondicionales a la hora de las respuestas e invisibles en el momento de las preguntas. Sin juicios, sin prejuicios, sin huidas violentas. Bajo el cielo nocturno descubriendo la luna. Detrás de la felicidad de un llanto y un nombre nuevo. A media mano de una despedida. Sin retazos. Completos.


Dos casilleros hacia atrás en el juego de la oca. Mucho trabajo y poco en el banco. No me da miedo. Conozco más de sequías que de inundaciones. Habrá que poner más yerba al sol y cantar más alto.

Corazón con agujeritos. Ufa. Otra resta. Problemas de arranque con el motor. Un par de meses de cuidados intensivos antes de lanzarme otra vez al ruedo. Desacuerdos entre ritmos. Duele más de adentro que de afuera. Se queja, pero resiste como un guerrero.


Los hijos crecen. Ya pasaron todas las líneas dibujadas en el marco de la puerta. Atravesaron portales de dudas y de oscuridad. Y siguieron adelante. Sostienen mis soledades y me ayudan a no adormecerme. Apuntalan mi estructura dañada y hacen que las paredes de mi edificio parezcan nuevas. Sumo una y otra vez.


Una nueva etapa disfrazada de despedida. Hay que dividir por dos. Se complica la operación. Siempre fui mala en matemática. Nunca aprendí a escribir cosas sin sensaciones. ¿Qué color tiene el 1? ¿Y el 6, desprende algún aroma? Puede ser el 16. O el 23. O el 27. Los números no sienten, pero conservan recuerdos. Qué lástima. Nunca pude dominarlos.


La línea del horizonte refleja lo que trae la marea. Algo desconocido. O no tanto. La razón se acompleja porque no puede comprender a los sentidos. Qué más da. Se abre una puerta a un nuevo camino, una ruta que siempre quise cruzar. Me ciegan las luces. Me mareo al salir. Tengo una mochila de temores sobre mi espalda y aún así, adelanto otro paso. Y otro más. Sumo y resto. Y sigo en pie.


Ha sido una larga cuenta. Tuve que usar un papelito de la pila de al lado. Un papelito prestado. Como muchas de las cosas que tuve. Por un tiempo. Para saber cómo son. Cómo se sienten. Aprenderlas de memoria y pintarlas. Y una vez inventadas para mí, ya son mías. Como mis propios triunfos.


Hago la última cuenta. Perdí en el último tramo por equivocar respuestas. De la cuenta iinicial no ha quedado casi nada. Pero sé que por mucho que pierda, todas las certezas me llevarán a la tierra de mi rayuela, con una piedrita en la mano y sin haber perdido las ganas de saltar en un pie, para tratar de llegar al cielo.

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